¿Importa más el tamaño o saberlo usar?


¡Buenos días!

El Congreso está a pocos días de finalizar el segundo período ordinario de sesiones y, con ello, la posibilidad de aprobar el presupuesto para el 2026; todo apunta a que, como en el 2024, se aprobará de “urgencia nacional”. Esa es una treta para obviar la abierta discusión que debiese darse en el pleno; ni hablar de las tres lecturas necesarias que debieran haber.  

Así, se aprobará el presupuesto más abultado de la historia, aunque puede argumentarse que el tamaño no es lo que importa, sino cómo se use. Lo malo es que, como está ahora, tampoco se usará bien; el porcentaje destinado a inversión es mínimo, lo que deja el grueso de los más de GTQ 163 000M destinados para funcionamiento —burocracia— y pago de deuda que, además, se incrementa más allá de lo recomendado por organismos internacionales y banca multilateral. Se abandona la prudencia que ha primado hasta ahora y que ha mantenido al país con buena reputación internacional al respecto. La mejora de calificación conseguida este año predicaba en que el aumento de endeudamiento respecto al PIB fuese bien usado; la cosa es que no. Miles de millones para los CODEDE —y su seguro abuso por parte de diputados distritales y alcaldes— ponen la guinda en el pastel.

De nada sirve el tamaño del presupuesto, si no se usa bien. Desperdicio y espacio para corrupción, eso es.  

 
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Un presupuesto irresponsable

A medida que el Congreso de la República “debate” el Proyecto de Presupuesto General de Ingresos y Egresos del Estado para 2026, las alarmas suenan con fuerza. Presentado el 1 de septiembre con un techo de GTQ 163 783.4M —un incremento del 41 % acumulado desde 2024—, este plan no es más que una bomba de tiempo fiscal disfrazada de ambición. En lugar de priorizar el desarrollo sostenible, opta por gasto descontrolado, deuda insostenible y opacidad que podría hipotecar el futuro de generaciones enteras. Guatemala no puede permitirse aprobar este desatino.

El análisis del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi) y del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF) destapan las grietas profundas. Los ingresos tributarios proyectados en GTQ 119 800M mejoran las subestimaciones pasadas, pero están viciados por distribuciones incorrectas en rubros como “otros impuestos directos e indirectos”, que distorsionan los aportes constitucionales y violan estándares de transparencia internacional.

Sin aumentar ingresos —patentando reticencia a ampliar la base tributaria—, el gobierno recurre a déficits del 3.3 % —potencialmente superior al 4 % con ampliaciones—, financiados con GTQ 33 514M en deuda, de los cuales solo el 16 % va a inversión, según CACIF. Es endeudamiento para gasto corriente, no para progreso. 

Peor aún, el proyecto socava la institucionalidad; incluye excepciones a la Ley Orgánica del Presupuesto, la Ley de Contrataciones y a la Constitución, permitiendo adquisiciones a través de terceros sin límites ni controles. Crea fondos especiales sin fiscalización efectiva y ampliaciones preautorizadas por más de GTQ 6000M (Icefi), sin detallar montos, fuentes o ejecutores. El artículo 55, que el Icefi urge derogar junto al Decreto 7-2025, debilita la supervisión de los Consejos Departamentales de Desarrollo (CODEDE), que en 2024 y 2025 no ejecutaron ni sus aportes ordinarios. Esto abre puertas a la discrecionalidad y la corrupción, priorizando gasto operativo sobre impacto en salud, educación e infraestructura.

Aunque se destacan asignaciones positivas —como GTQ 155M para la recuperación ambiental de Xan, farmacias de accesibilidad, renovación de equipo policial y proyectos como el metro en Ciudad de Guatemala o modernización de puertos—, estas quedan eclipsadas por metas físicas incoherentes. Hay recortes inaceptables en programas de niñez y maternidad, con incrementos en objetivos sin fondos correspondientes. Sin capacidad de ejecución real, estos planes son promesas vacías.

CACIF lo resume perfectamente: más gasto corriente, menos inversión productiva y más deuda. Recomiendan eliminar excepciones, déficit cero en corriente y reglas macrofiscales. El Icefi pide estudios de sostenibilidad fiscal y transparencia en endeudamiento.

Los diputados, si piensan en el bienestar de todos los guatemaltecos, no debiesen aprobar el presupuesto tal cual; pero como se sabe, los “padres de la patria” no piensan en el pueblo, sino en su interés.

La crítica es generalizada; no podrán decir que proviene exclusivamente de sectores empresariales, sino también —entre otros— de la “casa” del hoy ministro de Finanzas, quien ahora en el poder, desatiende sus recomendaciones mientras come chocobananos.

 
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Ana González
Raíces y Semilla se alejan y la agenda empieza a resentirlo
503 palabras | 3 minutos de lectura

Las diferencias entre las dos facciones del oficialismo quedaron en evidencia durante la discusión de las reformas a la Ley de Alianzas Público-Privadas. El grupo cercano a Samuel Pérez propuso excluir a CACIF del Consejo Nacional de Alianzas (CONADIE), mientras que el grupo encabezado por José Carlos Sanabria defendió su permanencia.

Por qué importa. Aunque ambos grupos aseguraron que los 23 votos del oficialismo se mantendrían cohesionados —pese a que unos buscan constituir el partido Raíces y otros continúan trabajando por recuperar la personería del Movimiento Semilla—, la realidad fue distinta. La votación y un posterior comunicado de prensa dejaron ver diferencias internas que no pasaron desapercibidas.

  • Los diputados afines a Pérez respaldaron la propuesta de retirar a CACIF del Consejo, aunque solo lograron 40 votos, lejos de los 107 requeridos. Aun así, la discusión fue suficiente para frenar la aprobación del proyecto de ley.

  • Por su parte, el grupo liderado por Sanabria hizo ver que el respaldo al artículo 9 respondía a los consensos alcanzados en las mesas de trabajo.

  • La discusión quedó suspendida a pocas semanas de que concluya el segundo período ordinario, por lo que ahora queda por ver si el tema regresará al hemiciclo.

Visto y no visto. La postura de Pérez recibió el apoyo de diputados de otras bancadas, como Cabal, que aportó ocho votos, entre ellos, el de Luis Aguirre. También se sumaron cuatro votos de la Unidad Nacional de la Esperanza y los tres de Voluntad, Oportunidad y Solidaridad (VOS).

  • No obstante, no fue suficiente: la propuesta alcanzó únicamente 40 votos, según consta en la planilla de votación.

  • Tras finalizar la sesión, Pérez escribió en sus redes sociales que “hoy un grupo de diputados traidores vendieron el país a CACIF”. Por su parte, Sanabria escribió que “los consensos y los acuerdos son los únicos que pueden dinamizar un Congreso paralizado”. 

  • Agregó que no se puede poner en riesgo la agenda legislativa construida en varios meses de trabajo y concluyó: “Necesitamos de unidad para lograr cambios importantes para el país”.

En conclusión. Lo ocurrido en el hemiciclo no solo evidenció posiciones distintas frente al rol del sector empresarial en las alianzas público-privadas, sino también las tensiones que atraviesa el oficialismo a las puertas de la discusión del Presupuesto 2026.

  • Más allá de la votación, el episodio reveló que la unidad que ambos grupos aseguraban mantener enfrenta desafíos reales en la práctica, especialmente cuando una parte de los diputados impulsa la construcción de un nuevo proyecto político denominado Raíces y otro se concentra en resucitar a Semilla.

  • Más allá de las diferencias internas, quien más pierde es el país. La discusión paraliza el avance de una herramienta legal clave para atraer inversión, modernizar infraestructura y generar condiciones de desarrollo que Guatemala necesita con urgencia.

  • Si el tema vuelve o no al pleno en las próximas semanas dependerá de la capacidad de los bloques para encontrar una hoja de ruta común antes de que cierre el período ordinario el 30 de noviembre.

 
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Marcos Jacobo Suárez Sipmann
Franco  y la  Transición: claroscuros de una época 
814 palabras | 5 minutos de lectura

Se cumple medio siglo de la muerte de Francisco Franco. La ocasión invita a la reflexión y el recuerdo.

Llegué a España en 1969 con seis años. Madre alemana, padre español. Clases en el Colegio Nacional Cervantes. Institución humilde, sin medios. Juegos y desfiles en el patio, pupitres viejos. Pese a las deficiencias e imperfecciones: una huella positiva.

Rezos diarios y canto —brazo en alto— del Cara al sol, himno de la Falange. En la pared del aula, el gran retrato sepia de Francisco Franco, solemne, vigilante, ubicuo. A su lado, más pequeño, el falangista José Antonio Primo de Rivera. Crecí mirándolos sin entender mucho. Establecían una atmósfera donde la autoridad no se discutía.

Vivíamos en la calle Generalísimo Franco. Mi padre, médico, tenía su consulta en la calle José Antonio. La primera sacudida política en diciembre de 1973: el atentado contra el sucesor del Caudillo, Luis Carrero Blanco. Sin comprender todavía la magnitud política, percibí el gesto tenso en los rostros de mis padres. Más que la noticia del vehículo que voló sobre los tejados; la sensación de que algo enorme acababa de resquebrajarse.

La muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, otra dimensión, si bien con 12 años no podía calibrar la relevancia histórica. El efecto inmediato —y alegre— para los niños: tres días sin clase. Al regreso, recitar el testamento del dictador. 

El tiempo se aceleró. La Transición, la etapa en la que me forjé mientras España cambiaba. En clase se evaporó la rigidez ideológica; los retratos desaparecieron discretamente, y nosotros, los adolescentes, descubríamos una palabra hasta entonces clandestina: libertad.

La figura de Adolfo Suárez, decisiva en aquellos años. La oscilación de los adultos entre respeto y desconfianza: incluidos mis padres. Un hombre del régimen desmontándolo desde dentro: un misterio. Llevado a cabo con una temeridad política incomprendida entonces. El rey Juan Carlos, impulsando reformas. Legalización de los partidos, regreso de políticos en el exilio, primeras elecciones… España se reinventaba en tiempo real.

Viejos y nuevos fantasmas. El terror de ETA y su rastro de sangre. Cada atentado, un recordatorio brutal de la fragilidad de la libertad. La inquietud de los militares. La economía maltrecha: crisis del petróleo, inflación, huelgas, fábricas agitadas… 

A nivel cultural, una bocanada de aire fresco. Música nueva, cine crítico, libros antes prohibidos, debates en la prensa. Descubría mi identidad adolescente mientras el país hacía lo propio. Con mis amigos opinaba y discutía. Protagonistas de una historia grande que apenas discerníamos, pero que sentimos con intensidad.

En 1981, nueva convulsión: el intento de golpe de Estado. Yo estudiaba en Valencia. La única ciudad donde los tanques salieron a la calle. La tarde del lunes 23 de febrero, al salir de clase, vimos a gente asustada. La noticia del Congreso asaltado por el teniente coronel Antonio Tejero dejó a la población perpleja y atemorizada. El día anterior, mi 18 cumpleaños.

Aquella noche, con la radio encendida, comprendimos que la democracia era todavía un edificio en construcción, vulnerable, aunque decidido a resistir. Y aguantó.

A finales de ese mismo año, una experiencia indeleble. El periodista José Luis Balbín, amigo de mi familia, nos invitó a su memorable programa de televisión La Clave, en una edición dedicada al fundador de Falange, fusilado en 1936, precisamente un 20 de noviembre. Entre otras personalidades conocí a Raimundo Fernández Cuesta, quien desempeñó varias carteras durante el franquismo, y a Pilar Primo de Rivera, hermana menor de José Antonio, dirigente de la Sección Femenina de Falange y procuradora en Cortes.

Y, en particular, a Ramón Serrano Suñer. Casado con la hermana de la esposa de Franco, fue una figura clave en la construcción del régimen. El “cuñadísimo” fue seis veces ministro y testigo de la reunión entre Franco y Hitler en Hendaya. Se tomó unos minutos para conversar conmigo al final de la emisión.

Figuras que parecían salidas del retrato sepia de mi infancia, encarnadas ahora en carne y hueso, debatiendo delante de mí. Para alguien que había crecido bajo sus símbolos, aquella noche fue como cruzar un umbral: el viejo régimen hablaba mientras el nuevo país se instalaba, desorientado y confuso, en la siguiente página.

Mi infancia y adolescencia fueron el espejo íntimo de la transformación de España. Viví los años postreros de Franco, el despertar de la Transición, el miedo del 23-F y el cierre simbólico de una época en La Clave. Maduré viendo cómo España aprendía a hablar.

Prescindiendo de la actual pedagogía selectiva y lejos de bandos y trincheras, tengo mi opinión. No glorifico el franquismo, ni mucho menos soy un nostálgico. Fue una dictadura injusta y represiva, que silenció voces, cercenó libertades y derechos. Pero no olvido que el régimen —ya en su versión más blanda— había logrado cierta estabilidad y modernizado sectores. En especial, sentó las bases que harían posible la Transición a la democracia. Un proceso del que los españoles podemos —y debemos— sentirnos orgullosos.

Negarlo todo es tan falso como celebrarlo todo. La manipulación histórica —venga de donde venga— repugna. Aunque incomode a unos y a otros, siempre es preferible la verdad completa.

 
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